FUENTE TEXTRO y FOTOGRAFÍAS : NASA- sitio:
http://ciencia.nasa.gov/headlines/y2008/30jun_tunguska.htm?list1078482
El 30 de junio de 1908, una roca espacial de aproximadamente 37 metros (120 pies) de ancho, penetró la atmósfera terrestre y detonó en el cielo liberando energía equivalente a alrededor de 185 bombas de Hiroshima.
Junio 30, 2008: Es el año 1908 y apenas transcurrieron algunos segundos de las siete de la mañana.
Un hombre yace sentado en el balcón de un solitario establecimiento comercial en Vanavara, Siberia. No se imagina que, en sólo unos instantes, será arrancado de su silla y el calor será tan intenso que sentirá como si su camisa estuviera envuelta en llamas.
Así es como se sintió el llamado evento de Tunguska a 64 kilómetros (40 millas) del epicentro.
Hoy, 30 de junio de 2008, se cumple el aniversario número 100 de aquel feroz impacto cerca del Río Podkamennaya Tunguska, en la remota Siberia (y aún hoy, a cien años del acontecimiento, los científicos continúan hablando del tema).
"Si se desea iniciar una conversación con alguien dentro del ambiente de los asteroides, lo único que se debe mencionar es Tunguska", dice Don Yeomans, director de la Oficina de Objetos Cercanos a la Tierra (NEO, por su sigla en idioma inglés), en el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA. "Es la única entrada de un meteoroide en tiempos modernos de la cual tenemos narraciones presenciales".
Arriba: Árboles derribados por la explosión de Tunguska. Crédito: Expedición de Leonid Kulik. [Más información]
A pesar de que el impacto ocurrió en 1908, la primera expedición científica que llegó al área lo hizo 19 años después. En 1921, Leonid Kulik, el conservador principal de la colección de meteoritos del Museo de San Petersburgo condujo una expedición a Tunguska. No obstante, las duras condiciones de la zona del interior de Siberia impidieron al equipo alcanzar el área de la explosión. En 1927, una nueva expedición, liderada otra vez por Kulik, logró finalmente alcanzar la meta.
"Al principio, los habitantes de la zona se mostraban renuentes a contarle a Kulik acerca del evento", dijo Yeomans. "Ellos creían que la explosión había sido una visita del dios Ogdy, que le había echado una maldición al área derribando árboles y matando animales".
Aunque se hizo muy difícil obtener testimonios de lo sucedido, la evidencia abundaba alrededor. Aproximadamente 2.100 kilómetros cuadrados (ochocientas millas cuadradas) de bosque quedaron partidas en dos. Ochenta millones de árboles yacían a ambos lados, derribados en un patrón radial sobre el suelo.
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"Esos árboles sirvieron como marcadores ya que señalaban la dirección directamente opuesta al epicentro de la explosión", dijo Yeomans. "Más tarde, cuando el equipo llegó al lugar del epicentro, descubrió que los árboles estaban de pie, pero con sus ramas y sus cortezas completamente removidas. Parecía un bosque de postes de teléfono".
Eso requiere ondas de expansión de rápido movimiento capaces de romper las ramas de un árbol antes de que éstas puedan transferir el impulso del impacto al tronco. Treinta y siete años después de la explosión de Tunguska, se encontrarían árboles sin ramas en el lugar de otra fuerte explosión: Hiroshima, Japón.
Las expediciones de Kulik (quien viajó a Tunguska en tres ocasiones distintas) lograron hacer, finalmente, que algunos vecinos de la localidad hablaran. Uno de ellos fue el hombre del establecimiento en Vanavara, quien fue testigo de la explosión de calor mientras era despedido de su silla. Su testimonio:
De pronto, en el cielo norteño... el cielo se partió en dos y, sobre el bosque, toda la parte norte del firmamento parecía cubierta por fuego... En ese momento, hubo un estallido en el cielo y un gran estrépito... Al estrépito lo siguió un sonido como de piedras que caían desde el cielo o de pistolas que disparaban. La tierra tembló.
La magnitud de la explosión fue como una paliza. La onda expansiva que se produjo como resultado pudo ser registrada por barómetros sensibles en lugares tan lejanos al epicentro como Inglaterra. Se formaron nubes densas sobre la región, a grandes altitudes, las cuales reflejaban la luz solar desde detrás del horizonte. Los cielos nocturnos brillaban y se recibieron informes de personas que vivían en lugares tan lejanos como Asia, quienes afirmaban que podían leer el periódico afuera a la medianoche. En la localidad, cientos de renos, que constituyen el sustento de muchos ganaderos del lugar, resultaron muertos, pero no hubo evidencia directa de que alguna persona pereciera en la explosión.
Arriba: El lugar de impacto en Tunguska.
"Luego de transcurrido un siglo, algunos todavía debaten la causa del suceso y proponen distintos escenarios que podrían haber causado la explosión", dijo Yeomans. "Pero la teoría sobre la cual la mayoría concuerda es que en la mañana del 30 de junio de 1908, una roca espacial muy grande, de aproximadamente 37 metros (120 pies) de diámetro, penetró la atmósfera de Siberia y luego detonó en el cielo".
Se estima que el asteroide hizo su entrada a la atmósfera de la Tierra viajando a una velocidad de aproximadamente 53.900 kilómetros (33.500 millas) por hora. Durante su rápida caída, la roca espacial de casi 110.000 toneladas (220 millones de libras) calentó el aire a su alrededor hasta alcanzar una temperatura de 24.700 grados Celcius (44.500 grados en la escala Fahrenheit). A las 7:17 a.m. (hora local de Siberia), a una altitud cercana a los 8.500 metros (28.000 pies), la combinación de presión y calor provocó que el asteroide se fragmentara y se destruyera, produciendo de este modo una bola de fuego y liberando energía equivalente a alrededor de 185 bombas de Hiroshima.
"Es por eso que no hay un cráter de impacto", dijo Yeomans. "La mayor parte del asteroide se consume en la explosión".
Yeomans y sus colegas, en la Oficina de Objetos Cercanos a la Tierra, del Laboratorio de Propulsión a Chorro, tienen la tarea de trazar las órbitas de los cometas y asteroides que cruzan la trayectoria de la Tierra en el presente y que podrían resultar perjudiciales para nuestro planeta. Yeomans estima que, en promedio, un asteroide del tamaño del de Tunguska penetrará la atmósfera de la Tierra una vez cada 300 años.
"Yo pienso en Tunguska todo el tiempo, desde un punto de vista científico", admite el investigador. Poniéndolo todo en perspectiva, sin embargo, "la idea de otro Tunguska no me quita el sueño".
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Créditos y ContactosAutor: Comunicado de prensa de la NASA Funcionario Responsable de NASA: John M. HorackEditor de Producción: Dr. Tony Phillips Curador: Bryan Walls
Relaciones con los Medios: Steve RoyTraducción al Español: Iris Mónica VargasEditor en Español: Angela Atadía de BorghettiFormato y Contenido: Iris Mónica Vargas
El Directorio de Ciencias del Centro Marshall para Vuelos Espaciales de la NASA patrocina el Portal de Internet de Science@NASA que incluye a Ciencia@NASA. La misión de Ciencia@NASA es ayudar al público a entender cuán emocionantes son las investigaciones que se realizan en la NASA y colaborar con los científicos en su labor de difusión.
Así es como se sintió el llamado evento de Tunguska a 64 kilómetros (40 millas) del epicentro.
Hoy, 30 de junio de 2008, se cumple el aniversario número 100 de aquel feroz impacto cerca del Río Podkamennaya Tunguska, en la remota Siberia (y aún hoy, a cien años del acontecimiento, los científicos continúan hablando del tema).
"Si se desea iniciar una conversación con alguien dentro del ambiente de los asteroides, lo único que se debe mencionar es Tunguska", dice Don Yeomans, director de la Oficina de Objetos Cercanos a la Tierra (NEO, por su sigla en idioma inglés), en el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA. "Es la única entrada de un meteoroide en tiempos modernos de la cual tenemos narraciones presenciales".
Arriba: Árboles derribados por la explosión de Tunguska. Crédito: Expedición de Leonid Kulik. [Más información]
A pesar de que el impacto ocurrió en 1908, la primera expedición científica que llegó al área lo hizo 19 años después. En 1921, Leonid Kulik, el conservador principal de la colección de meteoritos del Museo de San Petersburgo condujo una expedición a Tunguska. No obstante, las duras condiciones de la zona del interior de Siberia impidieron al equipo alcanzar el área de la explosión. En 1927, una nueva expedición, liderada otra vez por Kulik, logró finalmente alcanzar la meta.
"Al principio, los habitantes de la zona se mostraban renuentes a contarle a Kulik acerca del evento", dijo Yeomans. "Ellos creían que la explosión había sido una visita del dios Ogdy, que le había echado una maldición al área derribando árboles y matando animales".
Aunque se hizo muy difícil obtener testimonios de lo sucedido, la evidencia abundaba alrededor. Aproximadamente 2.100 kilómetros cuadrados (ochocientas millas cuadradas) de bosque quedaron partidas en dos. Ochenta millones de árboles yacían a ambos lados, derribados en un patrón radial sobre el suelo.
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"Esos árboles sirvieron como marcadores ya que señalaban la dirección directamente opuesta al epicentro de la explosión", dijo Yeomans. "Más tarde, cuando el equipo llegó al lugar del epicentro, descubrió que los árboles estaban de pie, pero con sus ramas y sus cortezas completamente removidas. Parecía un bosque de postes de teléfono".
Eso requiere ondas de expansión de rápido movimiento capaces de romper las ramas de un árbol antes de que éstas puedan transferir el impulso del impacto al tronco. Treinta y siete años después de la explosión de Tunguska, se encontrarían árboles sin ramas en el lugar de otra fuerte explosión: Hiroshima, Japón.
Las expediciones de Kulik (quien viajó a Tunguska en tres ocasiones distintas) lograron hacer, finalmente, que algunos vecinos de la localidad hablaran. Uno de ellos fue el hombre del establecimiento en Vanavara, quien fue testigo de la explosión de calor mientras era despedido de su silla. Su testimonio:
De pronto, en el cielo norteño... el cielo se partió en dos y, sobre el bosque, toda la parte norte del firmamento parecía cubierta por fuego... En ese momento, hubo un estallido en el cielo y un gran estrépito... Al estrépito lo siguió un sonido como de piedras que caían desde el cielo o de pistolas que disparaban. La tierra tembló.
La magnitud de la explosión fue como una paliza. La onda expansiva que se produjo como resultado pudo ser registrada por barómetros sensibles en lugares tan lejanos al epicentro como Inglaterra. Se formaron nubes densas sobre la región, a grandes altitudes, las cuales reflejaban la luz solar desde detrás del horizonte. Los cielos nocturnos brillaban y se recibieron informes de personas que vivían en lugares tan lejanos como Asia, quienes afirmaban que podían leer el periódico afuera a la medianoche. En la localidad, cientos de renos, que constituyen el sustento de muchos ganaderos del lugar, resultaron muertos, pero no hubo evidencia directa de que alguna persona pereciera en la explosión.
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"Luego de transcurrido un siglo, algunos todavía debaten la causa del suceso y proponen distintos escenarios que podrían haber causado la explosión", dijo Yeomans. "Pero la teoría sobre la cual la mayoría concuerda es que en la mañana del 30 de junio de 1908, una roca espacial muy grande, de aproximadamente 37 metros (120 pies) de diámetro, penetró la atmósfera de Siberia y luego detonó en el cielo".
Se estima que el asteroide hizo su entrada a la atmósfera de la Tierra viajando a una velocidad de aproximadamente 53.900 kilómetros (33.500 millas) por hora. Durante su rápida caída, la roca espacial de casi 110.000 toneladas (220 millones de libras) calentó el aire a su alrededor hasta alcanzar una temperatura de 24.700 grados Celcius (44.500 grados en la escala Fahrenheit). A las 7:17 a.m. (hora local de Siberia), a una altitud cercana a los 8.500 metros (28.000 pies), la combinación de presión y calor provocó que el asteroide se fragmentara y se destruyera, produciendo de este modo una bola de fuego y liberando energía equivalente a alrededor de 185 bombas de Hiroshima.
"Es por eso que no hay un cráter de impacto", dijo Yeomans. "La mayor parte del asteroide se consume en la explosión".
Yeomans y sus colegas, en la Oficina de Objetos Cercanos a la Tierra, del Laboratorio de Propulsión a Chorro, tienen la tarea de trazar las órbitas de los cometas y asteroides que cruzan la trayectoria de la Tierra en el presente y que podrían resultar perjudiciales para nuestro planeta. Yeomans estima que, en promedio, un asteroide del tamaño del de Tunguska penetrará la atmósfera de la Tierra una vez cada 300 años.
"Yo pienso en Tunguska todo el tiempo, desde un punto de vista científico", admite el investigador. Poniéndolo todo en perspectiva, sin embargo, "la idea de otro Tunguska no me quita el sueño".
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