miércoles, 24 de septiembre de 2008

FUNDACIÓN PROTEGER - CUSTODIOS DEL RÍO



Los custodios del río. Por Marcela Valente - IPS‏

De:
PROTEGER - Prensa / Comunicación (comunicacion@proteger.org.ar)
Enviado:
lunes, 22 de septiembre de 2008 08:56:25 p.m.
Para:
juancarlospaesani@hotmail.com
.
Pesca / Argentina

LOS CUSTODIOS DEL RÍO

Pescador artesanal frente al Puerto Reconquista.
Foto J. Peteán/Proteger

Por Marcela Valente, enviada especial

Puerto Reconquista, Argentina, septiembre 2008 (IPS).-

“No hay agua… no hay peces”, sentencia con escepticismo Olga Ledesma, una argentina con la piel curtida por el sol y la sabiduría acumulada en 40 años de pesca artesanal, mientras la lancha avanza lenta por un brazo del Paraná, uno de los ríos más largos y caudalosos de América del Sur.
El diagnóstico de Olga coincide con las mediciones científicas. El nivel del río baja por las grandes represas del Alto Paraná, que acumulan el agua en sus embalses y vacían lagunas y brazos de esta gigantesca cuenca, que en conjunto con la de su principal afluente, el río Paraguay, suman más de 3 millones de kilómetros cuadrados.
El río Paraná nace en Brasil, de la confluencia del Grande y el Paranaíba, luego hace de frontera entre ese país y Paraguay, más abajo demarca el límite con Argentina hasta finalmente ingresar a este país y transitar más de 3.600 kilómetros hasta desembocar en forma de delta en el Río de la Plata.
La merma de recursos se acentúa por la actividad febril de frigoríficos aguas abajo, que extraen grandes volúmenes de ejemplares pequeños para exportar. El mercado exige que el pescado no sobresalga del plato, lo cual implica capturarlos antes de su reproducción y a la larga provocará el colapso de esta industria.
Olga vive junto al río en Puerto Reconquista, una comunidad de pescadores del noreste de la provincia de Santa Fe, situada 780 kilómetros al norte de Buenos Aires. En ese puerto se celebra cada año el Concurso Argentino de Pesca del Surubí, promocionado como la competencia pesquera “más grande del mundo”.En su primera edición, en 1987, el concurso se realizaba sobre una profundidad de 4,8 metros, pero 20 años después la disputa es sobre un río de 2,5 metros, según mediciones de los organizadores.
El surubí más grande en la historia del desafío se obtuvo en 1994.Aunque ella no podría participar del concurso, pues su inscripción cuesta unos 130 dólares y por lo tanto no es para los lugareños empobrecidos, recuerda haber capturado en su juventud un ejemplar de 50 kilogramos, que debió arrastrar con la red atada a la canoa. Estaba embarazada de ocho meses y medio, y se cayó al agua por la fuerza del animal, contó a IPS.
El acontecimiento deportivo en Reconquista convoca unas 500 embarcaciones en el puerto. Entre 30.000 y 40.000 personas. El concurso es “con devolución”, pero los pescadores artesanales afirman que la batalla que da el surubí para no ser capturado hace que se lo retorne a su hábitat ya agonizante y listo para ser devorado por sus predadores.
“Acá se celebra el mayor concurso de pesca del mundo, pero a nosotros no nos queda ni una lata de pintura para la capilla”, asegura a IPS José Luis López, presidente de la Asociación Pesqueros del Norte, una entidad que agrupa a 700 pescadores tradicionales de siete comunidades de la región, con sede en Puerto Reconquista.La secretaria de la asociación, Patricia Ferragut, confirma el pobre impacto del concurso entre los pobladores.
Diez días antes deben dejar de pescar a fin de asegurar el recurso para la competencia. En magra compensación, los organizadores ofrecen a las mujeres la limpieza de los baños, una tarea por la que reciben propina.“Cuando todo termina no aparece nadie ni a limpiar la basura que queda”, cuenta indignada a IPS Ferragut durante la recorrida por el Paraná con otros pescadores, flanqueados por camalotes que se desplazan imperceptiblemente por el río.
Cada tanto, un yacaré se sumerge sin estridencia en el agua baja de las orillas.Se vive como se puedeUnas 3.000 almas habitan el puerto, alejado y sin transporte público que lo conecte con la más poblada y cercana ciudad de Reconquista. Las casas son altas, en prevención de inundaciones, y no hay cloacas. En las precarias viviendas alejadas el agua se extrae de pozos o del río.
Olga dice que con frecuencia camina 500 metros para obtener agua limpia.Hay un puesto para la atención sanitaria de la comunidad donde faltan remedios. El médico va tres veces por semana para atender afecciones vinculadas a las pobres condiciones de vida, como son la desnutrición, diarrea e infecciones respiratorias. Los perros merodean las viviendas, entre gallinas y otros animales de cría.
La Fundación Proteger, una asociación ambientalista con sede en Santa Fe, asiste desde hace un tiempo a los pescadores para un censo que permita conocer las condiciones en las que vive la comunidad y obtener información relacionada con la actividad pesquera, número de personas en esta actividad, recursos ictícolas, frecuencia de captura, artes de pesca, entre otros aspectos.
También asesoran a los pescadores en la realización de un estudio propio sobre el estado de cada una de las especies, para lo cual toman notas y medidas.Hace unos meses el puerto recibió a unas 50 familias de pescadores artesanales de la vecina provincia de Corrientes, bañada por el Paraná en su borde oeste.
Los inmigrantes abandonaron su hábitat luego de que las autoridades establecieran una zona de preservación para la pesca deportiva que los dejó sin sustento.La comunidad de Puerto Reconquista, como otras pequeñas localidades que viven de la pesca artesanal, tiene claro cuáles son las amenazas que penden sobre su modo de vida: las represas, la pesca industrial y también la deportiva, que muchas veces los responsabiliza por la escasez de recursos para su pasatiempo.La bióloga Julieta Peteán, coordinadora del Programa Agua, Humedales y Pesca de Proteger, explicó a IPS que en la provincia hay varias especies vedadas todo el año (sábalo, dorado, pacú, manguruyú).
El surubí, que es el más preciado por su sabor y su precio, tiene un período de prohibición de captura de 90 días.“La principal causa de la crisis de la pesquería está en la falta de un plan de manejo, porque eso agudiza el impacto que tienen las represas y la pesca industrial”, remarcó la experta, que trabaja para facilitar el contacto entre las comunidades pesqueras del litoral fluvial y en programas que agreguen valor a su trabajo.
Los gobiernos de las provincias por donde corre el Paraná “toman medidas aisladas, sin propuestas de manejo”, criticó Peteán. A modo de ejemplo señala que se debería exigir a las centrales hidroeléctricas el caudal hidrológico que corresponde al curso natural de las crecidas del río, pero no se hace, objetó.
Según una investigación del biólogo Norberto Oldani, la represa brasileño-paraguaya de Itaipú y la argentino-paraguaya de Yacyretá, las dos en el Alto Paraná, destruyeron el 44 por ciento del área de cría y reproducción del surubí.También las capturas con destino a los frigoríficos tienen un impacto negativo en las pesquerías.
“El Paraná no soporta la pesca industrial”, asegura Peteán. “A diferencia de lo que ocurre con la pesca marítima, el río cumple una función social, que es la de calmar el hambre de los pueblos que viven en sus orillas”, advirtió.
Proteger viene advirtiendo que la pesca industrial, que irrumpió en la región hace 10 años, tuvo un crecimiento exponencial desde hace un lustro y está llevando los recursos al borde del colapso. El sábalo, clave en la cadena trófica para las especies del río que se alimentan de sus larvas, es explotado vorazmente para su exportación.El estado provincial responde con vedas cada vez más extensas y con el decomiso de las capturas y artes de pesca de los trabajadores de las comunidades. También cerró el cupo de licencias para pescar.
Los hijos de Olga, que ya tienen su propia familia a cargo, pescan desde pequeños, pero no tienen licencia porque cerró el registro.“Tienen que venir conmigo porque si los agarran les sacan todo”, dice la mujer.En tanto, los camiones refrigerados con sábalos de talla pequeña circulan sin problemas por las rutas hacia los mercados internacionales.
“Las pocas veces que se abre un camión y les aplican multa, el trámite cae en una burocracia que hace que nunca las paguen”, asegura Jorge Cappato, de Proteger.Pescar no es un deporteMás al norte por el Paraná, en Puerto Antequera, una localidad ribereña de la provincia de Chaco, miembros de la Asociación de Pescadores del Chaco reciben a IPS en su sede.
Los socios más activos de esta entidad están preocupados por un recurso de amparo judicial que presentaron los pescadores deportivos para frenar la actividad comercial en el río.Los pescadores deportivos culpan a los artesanales por la merma de recursos y piden a la justicia que, si es necesario, “prohíba definitivamente” la actividad comercial en el río.
Lo que más duele a los miembros de la asociación es que los demandantes subrayan el “deficiente nivel cultural de la mayoría de los pescadores comerciales”.Entienden que se trata de un acto de discriminación. Sin la ayuda de abogados, los pescadores artesanales respondieron la demanda y defendieron la sustentabilidad de su quehacer.
“Para nosotros, el tamaño siempre fue sagrado”, afirma ante IPS el presidente de la asociación, Roberto Flores. Él y sus colegas son concientes de que se deben capturar ejemplares grandes cuyo ciclo reproductivo está casi concluido, y utilizan para ello mallas con aberturas que dejan paso a los peces más pequeños.
“Nosotros no queremos subsidios para sobrevivir en el período de veda, queremos trabajar todo el año, respetando el tamaño (de las capturas)”, diferenció Flores. Su propuesta es descansar los fines de semana y los feriados. Sería el equivalente a los 90 días de prohibición, pero repartido a lo largo del año.La asociación representa a siete comunidades de la región. Una de ellas es la de Puerto Vilelas, con 12.000 habitantes.
“Cada mes se mudan tres o cuatro familias nuevas que llegan del campo”, explica a IPS uno de los pescadores del lugar. Son agricultores corridos por la sequía y por la expansión del cultivo de soja, que devienen en pescadores por una cuestión de supervivencia.Víctor López, de Vilelas, está preocupado, pero no porque haya más pescadores. Lo angustia saber que el agua baja, que los recursos merman y que el hilo “se corta por lo más delgado”, explica.
“Hace tiempo había brazos de 40 metros de largo en el Paraná, que ahora no llegan ni a cinco metros”, observó. En esas aguas se reproducen muchos peces. La velocidad de la corriente también disminuyó, añade.
“Como el agua casi no corre, los sedimentos pesados se acumulan y forman bancos de arena que cambian el cauce”, indicó López.Ávidos de entender estos cambios, los pescadores de la asociación de Chaco, líderes de la red del litoral, a la que llaman Redepesca, procuran acceder a informes científicos sobre los recursos pesqueros del Paraná, y claman por cursos y capacitaciones que los guíen sobre el camino a seguir, de manera de no perder su modo de vida.Por eso se ofuscan cuando los culpan por la merma de los recursos y los tratan de ignorantes.
Por el contrario, ellos están convencidos de que son los que están más cerca del río, los que más necesitan de los recursos y los que mejor custodian la todavía rica, pero amenazada, biodiversidad del Paraná.

Nota completa:
Fuente: Inter Press Service News Agency – IPS

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