Fotografía La Nación
Edicion impresa pag. 20 »
Desertificación, ¿capricho de la naturaleza o responsabilidad humana?
Todos sabemos, o al menos intuimos, la respuesta a esta pregunta. Sin embargo, aún más importante es cuestionarnos sobre nuestra capacidad de aceptar responsabilidades públicamente y luego actuar en consecuencia.
La ciencia ha demostrado que desde los inicios de la edad medieval las actividades humanas sobre la Tierra, mediante la quema de pasturas y pequeños desmontes, produjeron las primeras emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Esto dio comienzo al llamado hoy calentamiento global. Nuestro planeta está transitando un período de calentamiento sistemático y probablemente irreversible en el cual por primera vez en 600 millones de años no se corresponde a un evento geológico natural sino que ha sido producido por una especie viva: los seres humanos.
Los procesos atmosféricos, como la mayoría de lo que ocurre en la naturaleza, no son reversibles por sí mismos, por lo que la evolución de los ecosistemas naturales se encuentra en equilibrio inestable; esto es, un cambio de las condiciones naturales conlleva un cambio dramático de las condiciones climáticas iniciales.
Desafortunadamente, o quizás debido a las severas limitaciones intelectuales y/o morales de quienes deberían tomar decisiones al respecto, el calentamiento global es ignorado, a tal punto que no se consideran ni siquiera los perjuicios que se dan actualmente a escala local.
Hoy en día conocemos el impacto de nuestras acciones sobre la naturaleza, global y localmente, y el no actuar en consecuencia para evitarlo podría estar disminuyendo las chances de supervivencia del hombre en el futuro cercano o quizás sellando el destino de nuestra especie. El porqué es claro: nuestra evolución en el conocimiento y desarrollo tecnológico no ha estado acompañado de igual manera por una evolución de nuestra conciencia.
Aquí, localmente, todos hemos sido responsables del proceso de desertificación que ha comenzado en nuestra región (sur de la provincia de Buenos Aires y noreste de Río Negro). Debemos no abusar de nuestros recursos naturales y exigir a los productores que reflexionen sobre el alcance de sus acciones en sus campos y a los gobernantes que sean capaces de tomar decisiones que vayan más allá de los límites de su escritorio y que evalúen el impacto que la irresponsabilidad de sus acciones y/o inacciones ha producido a corto y mediano plazo. Probablemente sea hora de pagar consecuencias por ello.
Desde un punto de vista optimista, quizás aún estemos dentro de los límites de inflexión de este fenómeno y debamos actuar rápido. ¿Cómo? Reorganizando estrategias de cultivos globales, plantando no miles sino cientos de miles de árboles y, sobre todo, aprovechando al máximo los recursos acuíferos locales. Varios millones de metros cúbicos de agua dulce potable son dejados escapar desde el río Negro hacia el mar. Dadas las necesidades de nuestra región, ¿nadie se ha planteado jamás qué hacer con ello? O, si acaso lo fue, ¿qué intereses privados en juego lo impiden?
Está claro debemos actuar todos, pero ¿a quién le corresponde comenzar con tal responsabilidad a escala institucional? De la existencia de respuesta a esta pregunta dependerá el destino de nuestro futuro inmediato.
JUAN ALBACETE COLOMBO (*)Especial para "Río Negro"
(*) Doctor en Astronomía e investigador del Conicet
JUAN ALBACETE COLOMBO
Desertificación, ¿capricho de la naturaleza o responsabilidad humana?
Todos sabemos, o al menos intuimos, la respuesta a esta pregunta. Sin embargo, aún más importante es cuestionarnos sobre nuestra capacidad de aceptar responsabilidades públicamente y luego actuar en consecuencia.
La ciencia ha demostrado que desde los inicios de la edad medieval las actividades humanas sobre la Tierra, mediante la quema de pasturas y pequeños desmontes, produjeron las primeras emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Esto dio comienzo al llamado hoy calentamiento global. Nuestro planeta está transitando un período de calentamiento sistemático y probablemente irreversible en el cual por primera vez en 600 millones de años no se corresponde a un evento geológico natural sino que ha sido producido por una especie viva: los seres humanos.
Los procesos atmosféricos, como la mayoría de lo que ocurre en la naturaleza, no son reversibles por sí mismos, por lo que la evolución de los ecosistemas naturales se encuentra en equilibrio inestable; esto es, un cambio de las condiciones naturales conlleva un cambio dramático de las condiciones climáticas iniciales.
Desafortunadamente, o quizás debido a las severas limitaciones intelectuales y/o morales de quienes deberían tomar decisiones al respecto, el calentamiento global es ignorado, a tal punto que no se consideran ni siquiera los perjuicios que se dan actualmente a escala local.
Hoy en día conocemos el impacto de nuestras acciones sobre la naturaleza, global y localmente, y el no actuar en consecuencia para evitarlo podría estar disminuyendo las chances de supervivencia del hombre en el futuro cercano o quizás sellando el destino de nuestra especie. El porqué es claro: nuestra evolución en el conocimiento y desarrollo tecnológico no ha estado acompañado de igual manera por una evolución de nuestra conciencia.
Aquí, localmente, todos hemos sido responsables del proceso de desertificación que ha comenzado en nuestra región (sur de la provincia de Buenos Aires y noreste de Río Negro). Debemos no abusar de nuestros recursos naturales y exigir a los productores que reflexionen sobre el alcance de sus acciones en sus campos y a los gobernantes que sean capaces de tomar decisiones que vayan más allá de los límites de su escritorio y que evalúen el impacto que la irresponsabilidad de sus acciones y/o inacciones ha producido a corto y mediano plazo. Probablemente sea hora de pagar consecuencias por ello.
Desde un punto de vista optimista, quizás aún estemos dentro de los límites de inflexión de este fenómeno y debamos actuar rápido. ¿Cómo? Reorganizando estrategias de cultivos globales, plantando no miles sino cientos de miles de árboles y, sobre todo, aprovechando al máximo los recursos acuíferos locales. Varios millones de metros cúbicos de agua dulce potable son dejados escapar desde el río Negro hacia el mar. Dadas las necesidades de nuestra región, ¿nadie se ha planteado jamás qué hacer con ello? O, si acaso lo fue, ¿qué intereses privados en juego lo impiden?
Está claro debemos actuar todos, pero ¿a quién le corresponde comenzar con tal responsabilidad a escala institucional? De la existencia de respuesta a esta pregunta dependerá el destino de nuestro futuro inmediato.
JUAN ALBACETE COLOMBO (*)Especial para "Río Negro"
(*) Doctor en Astronomía e investigador del Conicet
JUAN ALBACETE COLOMBO
FUENTE: RÍO NEGRO ONLINE
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