Un tesoro a orillas del Paraná
En la ciudad de Paraná, Darwin descubrió que hubo una especie de caballos en América antes de la llegada de los españoles. Y trazó el perfil geológico de la zona, que aun hoy se utiliza.
Camino por la costa del Paraná y, en un segundo, siento una molestia en el labio superior. A los tres segundos, mi boca se parece a la de Raquel Mancini recién salida del quirófano. Benditos Kendal y Hench, que descubrieron el corticoide, y malditos citadinos que no sabemos soportar una simple picadura de jején. Charles Darwin, mientras anclaba en el mismo puerto viejo de Paraná en 1833 (lo llama “Bajada”, su antiguo nombre), se quejaba de esos mosquitos que “son muy desagradables”. “Saco al aire la mano durante cinco minutos, y bien pronto queda cubierta por esos insectos; lo menos hay 50, chupando todos a la vez”, escribió.
Por su tamaño y enjundia, estos bichos han de haber evolucionado a la par de sus succiones. Pero a pesar de esta molestia propia del delta, la ciudad de Paraná estuvo a punto de cumplir la profecía que Charles Darwin hizo en 1833, tras recorrer sus costas: escribió que esta provincia llegaría a ser “una de las más ricas del Plata. El suelo es fértil, y la forma casi insular de Entre Ríos le da dos grandes líneas de comunicación: el Paraná y el Uruguay”.
El perfil de la costa del Paraná, dibujado por los ilustradores de Darwin.
El mismo lugar, pero fotografiado en la actualidad. Darwin lo llamó "Bajada".
En rigor, Paraná fue, entre 1854 y 1861, capital de la Confederación Argentina, luego de que Buenos Aires se escindiera del resto de las provincias. Su puerto pudo operar para el comercio internacional y el general Justo José de Urquiza imaginó convertir a la ciudad en la capital definitiva de la Nación.
Pero no pudo ser. Paraná es hoy una ciudad limpia y abúlica, que languidece bajo el sol primaveral de la siesta, en donde ningún intendente con pretensiones de ganar una elección puede descuidar las plazas.
Su contacto con el río es más cotidiano que el que tienen, enfrente, los santafesinos. Pero deben cruzarlo para asistir a las universidades de sus vecinos: el sueño de Urquiza –que quería llenar de científicos a Paraná– no prosperó, y los comerciantes paranaenses se dedican a añorar la riqueza que genera el campo, muchos kilómetros más allá, hacia el este.
Sorpresas .
“Me detengo cinco días en Bajada y estudio la geología interesantísima de la comarca. Hay aquí, al pie de los cantiles, capas que contienen dientes de tiburón y conchas marinas de especies extintas; luego se pasa gradualmente a una marga dura y a la tierra arcillosa roja de las Pampas con sus concreciones calizas, que contienen osamentas de cuadrúpedos terrestres”, cuenta Darwin en el capítulo 7 de su Diario.
El mismo lugar, pero fotografiado en la actualidad. Darwin lo llamó "Bajada".
Estos hallazgos fueron fundamentales y Darwin llegó a conclusiones que más adelante reforzaría: Cubiertas por el mar. Los animales encontrados le otorgaron las pruebas de que “inmediatamente antes de que las Pampas sufrieran el levantamiento que las transformó en terreno seco, las aguas que las cubrían eran salobres”.
Especies.
En el sedimento de las Pampas encontró “el caparazón óseo de un animal gigantesco parecido al armadillo”, y dientes de toxodon, de mastodonte y de caballo. Este último le despertó gran sorpresa: “¿No es un hecho maravilloso en la historia de los mamíferos que un caballo indígena haya habitado en la América meridional, puesto que ha desaparecido para ser reemplazado más tarde por las innumerables hordas descendientes de algunos animales introducidos por los colonos españoles?”.
Estrecho de Bering.
Además, la existencia de las mismas especies extintas en varias partes del mundo lo obligó a una reflexión que otros geólogos confirmarían: “Cuando América (sobre todo la meridional) poseía sus elefantes, sus mastodontes, su caballo y sus rumiantes de cuernos huecos, se parecía mucho más que hoy, desde el punto de vista zoológico, a las partes templadas de Europa y de Asia.
Como los restos de esos géneros se encuentran a los dos lados del estrecho de Behring y en las llanuras de Siberia, nos vemos obligados a considerar el lado noroeste de la América del Norte como el antiguo punto de comunicación entre el antiguo mundo y lo que se llama el ‘nuevo mundo’”. Paraná sería otra pieza importante del rompecabezas darwiniano de la evolución y del origen común de las especies. Quizás no tanto por los hallazgos, sino por las reflexiones que aquí perfiló el naturalista.
FUENTE ARTÍCULO E IMÁGENES: La Voz del Interior 29/09/09
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