El Quicho, un frustrado oasis en el desierto
Hace 22 años se descubrieron aguas termales en este paraje. Desde entonces, parece un monumento al desaprovechamiento hídrico: casi 14 billones de litros fueron ya dilapidados, en una zona de extrema sequía y a pasos de las Salinas Grandes.
En una fría mañana de 1987, una perforación en búsqueda de agua potable para la aislada escuelita rural Rubén Darío, en el paraje El Quicho, en el extremo noroeste cordobés, descubrió, para sorpresa de todos, un "milagro" de la naturaleza: a 212 metros de profundidad había una anomalía geotérmica de un surgente de agua apta para uso humano y animal, con una temperatura estable de 40 grados centígrados. Asombró, además, por estar en un área donde la sequía es lo natural, a escasa distancia de la inmensa soledad de las Salinas Grandes.
Estos 22 años transcurridos, desde el descubrimiento por la entonces Dirección Provincial de Hidráulica, no sólo han sido de olvido y abandono, sino un auténtico despilfarro de billones de litros de agua que desde entonces emanan de esa napa, ante la carencia de infraestructura para su aprovechamiento, tanto en el plano termal para su uso terapéutico como para el más básico abastecimiento regional para uso humano y riego. Y eso, en una extensa zona de secano extremo donde el agua se cotiza como el oro y es un bien muchas veces inalcanzable ante las características topográficas.
El surgente de agua termal sigue arrojando agua a un pozo, sin utilidad alguna, desde hace 22 años.
Ubicada a 245 kilómetros de Córdoba capital, se accede a El Quino por un intransitable camino donde los guadales y las cortaderas desafían a los osados, para desandar los 25 kilómetros finales, desde la localidad de Serrezuela.
En ese paisaje, de escasa vegetación achaparrada y salpicada de dispersos ranchos, donde el frío cala los huesos en los inviernos y los veranos calcinan cuanta vegetación asoma de la tierra, sólo se puede ver a algún paisano inclinado sobre su caballo con el sombrero calado hasta los ojos. En ese ámbito aparecen las aguas termales del pozo artesiano de El Quicho, con su interminable cascada las 24 horas del día, que fluye por el mismo caño carente de válvula de contención desde hace 22 años.
El despropósito del agua dilapidada también asombra: sin utilización alguna termina absorbida por el suelo altamente salitroso. A metros de la fuente, sigue el mismo rancho de adobe y paja de siempre, como mudo testigo que por esas comarcas nada cambia con el transcurso del tiempo. De eso parece dar fe la cercana y minúscula capilla de San Isidro, de la cual nadie tan siquiera puede dar testimonio de cómo fue a parar a ese lugar. Sólo la escuelita rural asoma como único vestigio humano (ver Cinco corazones de salitre). Anomalía y soledad.
El descubrimiento del surgente geotérmico de El Quicho, en 1987, no es un hecho tan aislado en el noroeste provincial, con la muy especial salvedad de que en este caso puntual las aguas resultan aptas para uso humano y animal, en una región que se encuentra a dos kilómetros del llamado Camino de la Costa que enmarca las Salinas Grandes. Forma parte de una superficie de dos mil kilómetros cuadrados, que abarca parte del vecino departamento Minas, en las cercanías de los poblados de Piedras Blancas y El Chacho, y las pedanías Pichanas y Guasapampa. En la superficie, este campo mesotérmico se asemeja a un desierto, con carencia total de recursos hidrológicos y condiciones climáticas durísimas, casi nulas lluvias y temperaturas que rozan en verano los 50 grados centígrados.
Al momento de la perforación y llegando a los 212 metros de profundidad se encontró una napa de agua, con una presión de cuatro atmósferas de surgencia, con un caudal originario de 144 mil litros por hora, a una temperatura estable de 40 grados. Las aguas de la fuente mesotermal de El Quicho fueron objeto de análisis de suelos y aguas en esa fecha, por parte del Instituto de Geología Aplicada de la Secretaría de Minería provincial, con la colaboración de la Secretaría de Ciencia y Tecnología.
Más allá de sus propiedades curativas, no determinadas exactamente a la fecha oficialmente, a pesar del tiempo transcurrido (sólo geólogos particulares la afirman), se determinó que el agua "es potable y apta para consumo humano y animal". Luego de estos estudios y que técnicos provinciales conectaran la red de esta agua potable a la escuela rural Rubén Darío, El Quicho transitó 17 años de total ausencia oficial en el lugar, tendiente al aprovechamiento de sus aguas o mejoras estructurales. Algo pareció despertar sorpresivamente el 21 de julio de 2004, aunque fue sólo en los papeles y despachos de la Legislatura de Córdoba.
Ese día fue aprobada la ley 9.171, expropiando las 13 hectáreas del lugar "para ser afectadas a la concreción de un complejo turístico para el aprovechamiento de las aguas termales del pozo artesiano". Transcurridos cinco años de la promulgación de la ley, no se hizo ni una sola mejora. Este nuevo bache hasta la fecha fue sólo cortado por una circunstancia anecdótica.
En mayo de 2006, ante un informe de este diario, el entonces director de la ex Dipas (actualmente Recursos Hídricos) Luis Giovine, ordenó poner una válvula para contener el inexplicable derroche de agua: duró escasamente un mes y fue sustraída. Hasta hoy, no fue reemplazada y el torrente sigue brotando del ya histórico caño original de tres pulgadas.
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